jueves, 11 de noviembre de 2010

El “sapucai” del tren que quiere revivir, pero lo hacen callar.

Esta tarde observamos en clase, un documental sobre la ciudad de Sapucai y sus trenes. La historia ferroviaria de una localidad que floreció con el sonido del tren al pasar, con la humareda y vapores de las chimeneas negras que simbolizaban la llegada de turistas y familiares a reencontrarse con sus amigos para celebrar la amistad y el amor, pero que con el correr de los años cada día iba quedando más silenciosa hasta que un día el sapucai se quedó callado definitivamente.

Es tan triste observar como el egoísmo, falta de conocimiento y amor a la cultura, por la patria, pueden destruir corazones de muchas familias que por generaciones no conocieron otro sonido más que de los vagones arrastrados por una locomotora. Es patético diría inclusive, solo poder contemplar sin poder actuar para cambiar esta realidad sádica que agobia a tantos que por tantos años obtuvieron el sustento para sus hijos gracias a la estación del tren.

Este documental titulado “Cenizas” revela los maravillosos paisajes que muchos tuvimos la oportunidad de apreciar en un hermoso recorrido en tren, la riqueza de naturaleza que posee nuestro país, pero ensuciado por la pobreza de entendimiento y planificación de un gobierno que carece de patriotismo.

“Cenizas” toca una parte de la historia de Paraguay que muchos ignoramos o simplemente evitamos. La de un pueblo que lucha por mantener el taller en funcionamiento, aún bajo la incertidumbre de lo que pueda ocurrir en el futuro, mencionando además el dolor individual por la desaparición de una fuente de trabajo y el sentimiento de dolor, que envuelve a los lugareños por la pérdida de un patrimonio económico y cultural majestuoso.

Durante el transcurso de la película, mis ojos se llenaban de lágrimas de emoción primeramente, por el orgullo de pertenecer a una nación que fue próspera, y creo que seguiremos siendo así, por ser dueños de tanta riqueza mineral, natural, cultural, por ver tanto patriotismo, terruño en los ojos de esos ancianitos relatando la historia de su pueblo, de sus antepasados, del lugar que los vio nacer y crecer, además del ferrocarril que formó parte de sus tantas anécdotas y fue el sustento familiar. Pero mientras pasaban los minutos, la música se volvía tétrica, apagada, incluso lúgubre por las imágenes que iban pasando, viendo el esfuerzo de tantos años de tantos hombres y mujeres que desde el alba hasta el ocaso trabajaban esforzándose por salir adelante y llevar en algo la frente y el pecho hinchado de orgullo por pertenecer a tan prestigiosa unidad, la del ferrocarril; estos sentimientos se iban transformando en tristeza, pena, dolor, nostalgia y hasta resentimiento por aquellos que llevaron al ferrocarril hacia el fracaso y su posterior cierre.

El relato de los trabajadores era desgarrante, hiriente, al visualizar las lágrimas a punto de correr por sus mejillas mientras recordaban sus gloriosos momentos sobre rieles, y ahora ver todo eso reducido a chatarras, a la nada, sin poder actuar porque los años encima les impiden, pero con mucho coraje anteponiéndose ante todos con la afirmación “amo al ferrocarril”. Este amor que no se desvanece con los años y sigue latente como si fuese ayer, este sentimiento puro y fiel por los rieles herrumbrados y reciclados cual basura barata.

Lo que mas me conmovió, entre todo lo que escuche y observé, es que no podemos echar la culpa a nadie más que nosotros mismos por este acto infame, que aunque el gobierno haya tratado de restituir y arreglar las máquinas, todo quedó en simples promesas, palabras que se las llevó el viento, aquel viento que alguna vez llevaba el silbido de un viejo tren que hacía felices a muchos, y un viento que ahora solo trae recuerdos.